domingo, 22 de abril de 2012

Rio Li


Dejé mi blog en LA haciendo una reflexión a los cambios que podrían producirse a mi vuelta de California. No estaba sin embargo mi mente preparada para asumir un terrible adiós a uno de mis amigos, de mis lectores, de mis confesores. Aunque uno se tiene que acostumbrar a todo, olvidar a Juande será imposible.


Mi nuevo viaje tuvo China como destino, el país del cambio, el país de la transformación, el país siempre presente en nuestras vidas al ver una etiqueta de un producto, aunque mayoritariamente un país desconocido. Me viene a mi recuerdo también una bella y sabia canción de la gloriosa cantante argentina Mercedes Sosa, Todo Cambia. Y es verdad, todo cambia. Y esa es la sensación que me he traído de nuevo de un país que vive un momento apasionante, un cambio por todo lo alto, una transformación vertiginosa hacia un punto desconocido, llamado futuro.

Shanghai es una ciudad apasionante. Una ciudad llena de vida, nada de nostalgia entres sus calles, todo realidad, inundada de presente y futuro, con una incipiente modernidad social, arquitectónica y urbanística que no deja indiferente a nadie. Es un sitio para animarte, para olvidar tus recuerdos, para sumirte en lo que el ser humano es capaz de hacer si se lo propone, para deleitarse, e incluso para vivir. En cuatro días uno solo ve lo bueno. En Shanghai se palpa esa nueva generación china, esa nueva China empujada por unos jóvenes con ganas de aprender, de trabajar, de abrirse al mundo, de salir, de viajar, de reivindicar sus derechos como personas, de divertirse, de mezclarse con otros. No hay duda, China es una realidad de cambio incuestionable. Lo que puede ser de este país, y lo que el mundo puede ser con la incorporación de China a la globalidad, es una de la mayores y apasionantes incógnitas vitales del ser humano en la era moderna.

En esta Shanghai uno puede viajar a 430 km por hora en un tren magnético, montarse en un modernísimo y organizadísimo metro, subir al mirador más grande del mundo (el abrelatas), ver a un barbero pelando en la esquina de tu calle, unas viejas bailando en un parque, comer la mejor comida japonesa a precios tirados, comprar la ropa más cara y más barata del mundo, regatear hasta el infinito, desayunar en la mejor Escuela de Arquitectura de China con la mejor acústica del mundo, inundarse de una buena atmósfera universitaria, comer una fruta estupenda, ir a supermercados sin un solo producto occidental, y un sinfín de cosas por descubrir.

De Shanghai además uno puede tomar un tren o un avión hacia donde quiera de China. Nosotros lo hicimos hacia uno de mis sueños, que un día vi en el segunda edición de Pekín-Express, el rio Li, en la provincia de Guangxi, al sur, ya muy cerca de otro apasionante país, Vietnam.

El rio Li sería un rio cualquiera de China por su longitud y caudal, pero ¿por qué es la imagen de los billetes de 20 yuanes? ¿Por qué tanto honor? ¿Por qué tanta fama?

Este río es el orgullo de China. Orgullo con razón, pues es uno de los mayores placeres sensoriales que uno puede darle a un empedernido amante de la naturaleza. Las montañas que rodean este soñado afluente, este capricho Kárstico, solo igualado por la Bahía de Ha-Long, en Vietnam, hacen de él algo absolutamente misterioso y sobrenatural. No me cansé ni un solo segundo de mirar a estas montañas, he soñado con ellas, he despertado con ellas, las he visto a la luz de la luna, y lo seguiré haciendo siempre, siempre y siempre, como esos pescadores con cormoranes a plena luz de la noche.

No es un sitio tranquilo. El apabullante turismo interior chino lo inunda todo. Pero para nosotros los occidentales, incluso estas multitudes de chinos viajeros, son un acontecimiento social digno de disfrutar y analizar. China se mueve. Cuidado París, cuidado New York….

La infraestructura para empaparse del rio Li es impresionante. No te faltará un barco de bambú donde recorrerlo, legal o ilegal, o una bici para disfrutar de sus orillas, o un autobús para ir de pueblo en pueblo. Todo es facilísimo si eres avispado y mucho más si vas con alguien que sepa chino. Jamás sabrás el precio real de las cosas. Jamás sabrás lo que es legal o ilegal. Jamás sabrás lo que es para chinos y lo que es para no chinos. Una visión superficial te hace ver que la gente es muy guarra, que es muy mal educada. Es cierto, para nosotros los occidentales, los chinos son muy guarros y mal educados. Pero ¿Quién pone las reglas de la limpieza y la educación? ¿El turista occidental? ¿El tribunal de La Haya? Ellos están en su país, en su casa, nosotros vamos a verlos. Nunca me gustó que dijeran que los andaluces somos vagos.

Cuando uno va a China se da cuenta de todo lo que hemos perdido en esta España querida. Todas las normas, españolas, europeas, mundiales, que han ido privando la libertad del ser humano, quizás por respeto al otro ser humano, van a llegar a asfixiarnos un día u otro. Cuidado, un ser humano asfixiado es una bomba en potencia. No soy quien para dictar sentencias, pero si soy un humilde turista que ha vuelto a disfrutar viendo cómo se puede ir de pie en los autobuses, como se puede alquilar un barco ilegal, como se puede fumar en todos sitios, como puedes entrar a un bar con 140 decibelios con las puertas abiertas, como puedes tirar pipas en la calle, como puedes lavar un pollo en el río, como puedes bañarte en barro en una cueva, tocar las estalagtitas, echar fotos a todo. Yo no estoy educado para vivir así, pero los chinos sí. Dejémoslos…. Aunque están cambiando. Perderán pronto su esencia. Parece que ese es el camino de la sociedad global, perder la esencia.

Si de algo he quedado impresionado es de la riqueza agrícola de los márgenes del rio Li. Mandarinas, mandarinas chinas, campos de arroz en su pura esencia, verduras gigantescas, pomelos gigantescos, fruta de la pasión, cacahuetes, y un sinfín de campos infinitos bien arreglados, ordenados, labrados, llenos de vida, llenos de chinos arreglando hasta el último detalle, sin un solo tractor ni maquinaria. Todo a pulmón. Esto no tiene nada que ver con el vergel californiano. La alta tecnología californiana deja aquí paso a las viejitas con sus columnas torcidas por años y años de trabajo en el campo, por su fuerza infinita para llevar decenas de kilos de mandarinas colgadas en sus dos hombros buscando el equilibrio en una caña de bambú. Esa es la distancia entre China y los Estados Unidos.

Y de los pueblos, qué decir de esos viejos hombres y mujeres que solo han visto la China comunista, con sus puertas abiertas, con su tele, su cocina mugrienta, su sofá de eskay y un gigantesca foto de Mao, jugando con sus nietos, llevándolos a cagar a la calle, trabajando con sus máquinas tricotosas, vendiendo fruta en su puerta, comiendo cacahuetes. Abruma mucho el asalto al occidental, tratándole de vender de todo, de alquilar barcos ilegales, de vender sus frutas, de vender sus artesanías, sus vestidos, sus antigüedades falsas. Porque en China todo es falso, eso parece. Lo verdadero en China parece no tener su lugar. Porque la credibilidad de lo auténtico se ha perdido, en un país que ha exportado imitación, y que alcanza cotas insospechadas de fama del copieteo. Pero no hay duda de que la amabilidad de estos humiles paisanos echando horas infinitas en sus campos de acelgas y zanahorias, es auténtica, de verdad, más auténtica imposible. Nada de imitación. La vieja lleva los 100 kg de pomelo trepando por la montaña solo ayudada por las leyes del equilibrio. Me vienen a mi mente recuerdos del campo en Rumanía, el último reducto de lo auténtico en Europa.

Tengo que reconocer que me siento cómodo en estos ambientes del campo, me gustan, me reconfortan, quizás porque un día vi lo auténtico cerca de mí, creciendo a mi lado, y hoy no veo más que la prima de riesgo y los tomates sin sabor procedentes de Sudáfrica en pleno invierno. Xingping, Fishing Village y Fuli son tres pueblos a orillas de este querido rio Li, mi rio de los sueños, que jamás olvidaré. Este rio nace ni más ni menos que en la meseta del Tibet, nombre también mítico donde los haya. El río Li es afluente de un rio con un nombre precioso, Perla, que desemboca en la apasionante Hong-Kong. El rio Li además está conectado por un canal con el mayor rio de Asia, el Yangtse (rio amarillo, el de la presa de las tres gargantas), el mayor rio de China, de Asia, y tercero del mundo, tras el Amazonas y el Nilo. Los ríos son vida, y de eso, no me queda duda que hay en China, mucha, muchísima vida.


Vuelvo a Shanghai. Qué pena que las nubes me impidan ver desde el avión esos pueblos que, entre estás mágicas montañas aun albergan pescadores con cormoranes a las 4 de la madrugada, en un inquietante régimen mezcla de comunismo y capitalismo, añorando la llegada del euro y del dólar. No saben lo que les espera….pobrecitos.

Caprichos de los aviones de Aeroflot, me hacen ver a mi vuelta hacia Muscú y Madrid el inquietante desierto de Mongolia, El Gobi, un país donde la gente aún es nómada. Mi sueño me inunda, y al despertar, aterrizo en otro comunismo venido a nada, o venido a no se sabe qué, envueltos en mares de nieve, en un ya abril más que avanzado. Hemos llegado a Moscú, toca cambiar de avión. Qué grande es el mundo ¡¡¡¡¡ Volvamos a Europa…




























































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