jueves, 28 de noviembre de 2013

Okinawa, atrapados en Naha


El espectacular avistamiento aéreo del Monte Fuji iba quedando atrás, camino de nuestro próximo destino, la prefectura de Okinawa. Okinawa está formada por 160 islas y es la prefectura más al sur de Japón, ya muy cerca de Taiwan y Filipinas. Okinawa es conocida básicamente por dos cosas. La primera por sus playas, paradisiacas, las cuales obviamente son destino veraniego de muchos japoneses. La otra es la de tener una cultura y costumbres bastante diferentes, puesto que hace poco más de 150 años eran un estado independiente. Incluso se conducía por la derecha hace 50 años (en Japón se conduce por la izquierda).

Con esos dos grandes señuelos llegamos a Okinawa, con poco equipaje, pero cargados de unas tremendas expectativas. Aterrizamos en el aeropuerto de Naha, la capital de Okinawa, en la isla más grande. Sin embargo, nuestro primer paseo fue desolador. Ni una playa (bueno, una con un enorme puente delante). No había gente en la calle. Todos los bares cerrados. Las casas y edificios muy deteriorados. Horrible. El glamur de Japón había desaparecido de un plumazo.

Sin embargo, con ganas de valorar las cosas, uno empieza a intuir claramente otro ritmo de vida. Los viejitos están sentados en los parques. Los niños juegan solos en los parques, y hablan con nosotros. Ríen. No hay prisas. Esto no es Tokyo. Aquí no hay empujones de tren.

Okinawa es famosa por que aquí viven las señoras más longevas del mundo, y esa tranquilidad parece ser una de las razones. Habrá otras, por supuesto.

De repente uno encuentra una calle de tiendas. Al fin ¡!!! Y ahí ya va intuyendo que efectivamente todo es diferente a otras partes de Japón. Y de repente uno se encuentra un enorme mercado tradicional, que parece ser la gran atracción de Naha. Eso no defrauda. Serpientes, mojama de atún, peces exóticos, langostas exuberantes, caretas y manitas de cerdo,  y un sinfín de cosas raras que poco a poco te hacen sentir en un sitio diferente. No me imagino una careta de cerdo en los finos grandes almacenes de mi barrio de Tama Plaza. La careta aquí en Okinawa está riquísima, y me hace recordar el bar el Riñón de mi pueblo. Pero una de las cosas que empieza a llamar la atención es la espontaneidad de la gente. Todos los tenderos quieren hablar contigo y echarse fotos. Eso no pasa en Tokyo.

Y de ahí, llega la noche y la ciudad se transforma. Nada que ver. De donde ha salido esta gente? Mucho tráfico, gente por todos sitios, miles de bares, y chicas y chicos en los clubs con sus respectivos managers esperando a que entres para darte un rato de conversación (véase foto). La ciudad se ha transformado!!! Menos mal…La gente es completamente diferente a otros japoneses. Sus rasgos faciales son diferentes, más achinados. Sus formas de vestir son menos elegantes. Hay más gente gorda.

De ahí, un par de días de trabajo en Naha nos tienen entretenidos. Pero eso lo contaré en mi siguiente entrada.

La visita a un castillo de la dinastía Ryukyu fue una buena opción cultural en un bonito paseo dirigido por los estudiantes de nuestro grupo. Más allá de lo bonito del palacio (véase la foto), la visita deja clara la gran influencia china en esta zona de Japón. Nada que ver con la arquitectura tradicional japonesa. Incluso los colores son diferentes, más rojos intensos.

Tras el trabajo, un día de relax con nuestros queridos amigos mejicanos. Qué hacer?, fue nuestro dilema. Visitar las playas, las paradisiacas playas, no hay duda. No nos podemos ir de aquí sin bañarnos en una playa. Pero no tenemos coche. Hay que tener carnet internacional. No lo tenemos. Vamos en barco a otra isla. No tenemos tiempo. Estamos desesperados. Nuestra imagen de Okinawa se va a reducir a las serpientes, las caretas de cerdo y los clubs nocturnos? No lo podemos permitir…

Tras muchas vueltas, encontramos la solución. Una playa cerca del aeropuerto a la que se llega en autobús, frente a la cual no hay puentes, pero por la que están constantemente pasando aviones de pasajeros y cazas estadounidenses, porque Okinawa está repleta de bases militares de USA, tras el acuerdo que firmó hace años el presidente Mori y que tanta impopularidad le ocasionó en Japón. Si uno se limita a bañarse en estas limpias aguas, el rato mereció la pena… Pero una vez más fuimos víctimas de las normas de Japón. Al parecer no nos podíamos bañar en la playa. No llegamos a entender el motivo. Intuimos porque hacía frío, o porque no ha había socorrista, pero no lo entendimos. Lo único claro es que un señor gritando “NONONONONONO” se nos acercó inmisericorde para que nos saliéramos inmediatamente del agua, cuando ya nos habíamos acostumbrado a los cazas sobrevolando nuestras cabezas. Obviamente éramos objeto de miles de fotos de japoneses ejecutivos que van a estas islas a limpiar sus mentes frente al mar…

Pero bueno, uno ya va acumulando medallas en su traje de militar. Me faltaba la medalla de la expulsión de una playa. 


La sensación que me queda es que para ver playas paradisiacas es mejor ir a otros países más baratos que Japón…..

































domingo, 24 de noviembre de 2013

Mi barrio


Como sabéis mi barrio está entre dos estaciones. La de Tama Plaza es muy pija, llena de tiendas occidentales, moderna, con decoración navideña desde hace un mes, y admiración de muchos japoneses. A mí no me produce ninguna sensación, y salvo a comprar al supermercado 7 Eleven y a echar unas cervezas o unas cenas en algunos restaurantes de la única calle típicamente japonesa que hay, no voy. No obstante, es la que uso para bajarme del tren.

La otra es la de Azamino, más popular y donde la gente se cruza los semáforos en rojo o por el medio de la calle. Va más conmigo. Es la que uso para tomar el tren y para echar el café.  

Entre las dos está la calle de la primera foto, la cual va paralela a la vía del tren, aglutinando mucho tráfico. Es mi calle. Ahora está muy bonita, con los árboles de otoño. Como se intuye en la foto, la calle está en cuesta, ya que entre las dos estaciones hay una colina. Es un barrio de muchas cuestas y desde lo alto de la colina hay bonitas vistas.

El primer día fuimos a comer a una ramería al lado de casa y de mi lavandería, aunque hay muchas en todo el barrio. En la segunda foto hay un ramen, que como conté en otra entrada, es un caldo tipo cocido, al que se le echa pasta y otros ingredientes como carne, huevo y/o verduras. Es un plato ideal para el invierno, y el caldo se va haciendo en unas perolas grandes, como las que se ven en la foto.

La zona que yo visito con más frecuencia del barrio se encuentra a un lado mi calle. Si uno sube la colina se encuentra el bonito y familiar parque de Shinishikawa, con un tobogán de dos fases que mola mucho.

Si uno va bajando de esa colina se encuentra con la Universidad de Kokugakuin, con un campus muy pequeñito. La mitad del campus son dos campos, uno para futbol y rugbi y otro para beisbol. Hoy domingo había partido de beisbol, y había como unas 20 personas viéndolo, sentadas detrás de la red. Por esa zona yo voy a correr muy a menudo, por un camino precioso de sakuras, que ahora está de puro otoño. Un día fui a correr al amanecer, a las 5 de la mañana, y los chicos del beisbol ya estaban en el campo, pero estaban arreglándolo todo, limpiando, arreglando jardines, etc. Todos cuando paso (a esa hora o cualquiera) me saludan. Quizás no vean tantos bichos raros como yo corriendo por allí, un occidental con pelos en el pecho y corriendo muy lento. Imaginaos cuando me vieron a las 5 de la mañana ¡!!

Pero hoy cuando he llegado la amabilidad de los chicos ha sido mayúscula. Al verme entrar a tomar una foto, no solo me han dejado, sino que me han dado un cojín para que me siente y vea el partido, y todo con una exquisitez a la japonesa. Lo he hecho durante un rato, por supuesto. El béisbol es el deporte nacional de Japón, y no se concibe Universidad sin su equipo.

Los chicos del futbol, sin embargo, son más tipo occidental, y no me hacen ni puñetero caso cuando paso corriendo. Además, jamás los he visto temprano. Se parecen a nosotros.

Pero lo sorprendente de mi barrio, en consonancia con muchas zonas de Tokyo, como he comentado anteriormente, es que hay muchos rincones y calles donde uno se siente como en el campo, como en la Alpujarra incluso. No faltan las huertas familiares (hay muchísimas), los invernaderos, los viveros, la ropa tendida al sol en las ventanas, las viejitas arreglando sus patios, los niños jugando en la calle, …. Eso me encanta, desde luego. Ni que decir tiene que en Madrid no me imagino algo así, y no quedaría ni una cebolleta al día siguiente de plantarlas, ni un pensamiento, ni nada. Aquí la gente no las roba, las compras en las tiendas…juju

Como una muestra más de civismo colectivo de barrio hoy he visto dos escenas más, a las cuales no le hice foto. En varias zonas había gente mayor, quizás vecinos o voluntarios o ambos, recogiendo las hojas secas de los árboles y arreglando los jardines. En la misma línea he visto grupos de viejitos y jóvenes recogiendo chicles con unos aparatitos con espátula a distancia. Es bueno siempre pensar que las calles y los jardines no son del ayuntamiento, sino que son nuestros, verdad?

Lo que también hay mucho son lavanderías. Yo uso una que está junto a mi casa. Es normal, pues la gente no tiene tiempo para lavar y planchar, y los japoneses usan muchas camisas. Van todos maqueadísimos y elegantísimos. El primer día que fui me inscribí y me dieron unos vales descuento. Cada vez que voy es una movida con el idioma (no saben inglés, las chicas). Pero el día que se llevó la palma es cuando no llevé el ticket de recoger la ropa que llevé el día anterior. Imposible comunicarse y que me entendieran a lo que yo iba allí. Más aun, tratando de explicarme que una etiqueta de cuero de unos pantalones se me podría estropear, o que los pantalones de algodón son más caros. O que hay dos formas de entrega, comisas dobladas o en percha. Cuando era imposible, la mujer llamó por teléfono para que me fueran traduciendo, pero en ese momento se produjo el milagro, y entró una chica que hablaba inglés ¡!!! Y todo dentro de una enorme cola que formé. Pero la gente no se inmuta aparentemente, aunque por dentro me estarían echando las siete maldiciones.

Al principio mi barrio no me gustaba, porque veía otros mucho más bonitos y llanos, y más cercanos a mi Universidad. Pero ya me he acostumbrado a él. Tengo mis dos o tres circuitos para correr, se las mejores tiendas de pescado, los mejores restaurantes, donde ir a tomar una copa por la noche, y sobre todo donde ir a tomar un café occidental de calidad en un sitio tranquilo, leyendo o trabajando. Es en la cafetería Tullys. Aparte del queso y a veces del pan, es de lo poco que echaba en falta en mi dieta diaria.  El queso vale carísimo, hay poco, y malo.

Un dato de que ya llevo un tiempo aquí es que el otro día me encontré en el super a una maruja que habíamos conocido en un bar de vinos. Ese día estaba con su hijo celebrando la noche, y nos hicimos “amigos”, y los invitamos a una botella de vino de Yecla (Murcia). Muy divertido.

Hoy me he atrevido a entrar en otro restaurante nuevo, en el que he tomado una carne al ajillo riquísima que se va haciendo en el plato (véase el humo en la foto). Uno se la pone en el arroz, y va tomándola con el arroz. Sería nuestro equivalente a tomar el pan. La sopa de al lado suele ir en muchos menús incluida, y es la famosa sopa miso japonesa.


Un día os hablaré de mi casa…