El espectacular avistamiento aéreo del Monte Fuji iba quedando atrás, camino de nuestro próximo destino, la prefectura de Okinawa. Okinawa está formada por 160 islas y es la prefectura más al sur de Japón, ya muy cerca de Taiwan y Filipinas. Okinawa es conocida básicamente por dos cosas. La primera por sus playas, paradisiacas, las cuales obviamente son destino veraniego de muchos japoneses. La otra es la de tener una cultura y costumbres bastante diferentes, puesto que hace poco más de 150 años eran un estado independiente. Incluso se conducía por la derecha hace 50 años (en Japón se conduce por la izquierda).
Con esos dos grandes señuelos llegamos a Okinawa, con poco
equipaje, pero cargados de unas tremendas expectativas. Aterrizamos en el
aeropuerto de Naha, la capital de Okinawa, en la isla más grande. Sin embargo,
nuestro primer paseo fue desolador. Ni una playa (bueno, una con un enorme
puente delante). No había gente en la calle. Todos los bares cerrados. Las
casas y edificios muy deteriorados. Horrible. El glamur de Japón había
desaparecido de un plumazo.
Sin embargo, con ganas de valorar las cosas, uno empieza a
intuir claramente otro ritmo de vida. Los viejitos están sentados en los
parques. Los niños juegan solos en los parques, y hablan con nosotros. Ríen. No
hay prisas. Esto no es Tokyo. Aquí no hay empujones de tren.
Okinawa es famosa por que aquí viven las señoras más
longevas del mundo, y esa tranquilidad parece ser una de las razones. Habrá
otras, por supuesto.
De repente uno encuentra una calle de tiendas. Al fin ¡!!! Y
ahí ya va intuyendo que efectivamente todo es diferente a otras partes de
Japón. Y de repente uno se encuentra un enorme mercado tradicional, que parece
ser la gran atracción de Naha. Eso no defrauda. Serpientes, mojama de atún, peces
exóticos, langostas exuberantes, caretas y manitas de cerdo, y un sinfín de cosas raras que poco a poco te
hacen sentir en un sitio diferente. No me imagino una careta de cerdo en los
finos grandes almacenes de mi barrio de Tama Plaza. La careta aquí en Okinawa
está riquísima, y me hace recordar el bar el Riñón de mi pueblo. Pero una de
las cosas que empieza a llamar la atención es la espontaneidad de la gente.
Todos los tenderos quieren hablar contigo y echarse fotos. Eso no pasa en
Tokyo.
Y de ahí, llega la noche y la ciudad se transforma. Nada que
ver. De donde ha salido esta gente? Mucho tráfico, gente por todos sitios,
miles de bares, y chicas y chicos en los clubs con sus respectivos managers
esperando a que entres para darte un rato de conversación (véase foto). La
ciudad se ha transformado!!! Menos mal…La gente es completamente diferente a
otros japoneses. Sus rasgos faciales son diferentes, más achinados. Sus formas de
vestir son menos elegantes. Hay más gente gorda.
De ahí, un par de días de trabajo en Naha nos tienen
entretenidos. Pero eso lo contaré en mi siguiente entrada.
La visita a un castillo de la dinastía Ryukyu fue una buena opción
cultural en un bonito paseo dirigido por los estudiantes de nuestro grupo. Más
allá de lo bonito del palacio (véase la foto), la visita deja clara la gran
influencia china en esta zona de Japón. Nada que ver con la arquitectura
tradicional japonesa. Incluso los colores son diferentes, más rojos intensos.
Tras el trabajo, un día de relax con nuestros queridos
amigos mejicanos. Qué hacer?, fue nuestro dilema. Visitar las playas, las
paradisiacas playas, no hay duda. No nos podemos ir de aquí sin bañarnos en una
playa. Pero no tenemos coche. Hay que tener carnet internacional. No lo
tenemos. Vamos en barco a otra isla. No tenemos tiempo. Estamos desesperados.
Nuestra imagen de Okinawa se va a reducir a las serpientes, las caretas de
cerdo y los clubs nocturnos? No lo podemos permitir…
Tras muchas vueltas, encontramos la solución. Una playa cerca
del aeropuerto a la que se llega en autobús, frente a la cual no hay puentes,
pero por la que están constantemente pasando aviones de pasajeros y cazas estadounidenses,
porque Okinawa está repleta de bases militares de USA, tras el acuerdo que
firmó hace años el presidente Mori y que tanta impopularidad le ocasionó en
Japón. Si uno se limita a bañarse en estas limpias aguas, el rato mereció la
pena… Pero una vez más fuimos víctimas de las normas de Japón. Al parecer no
nos podíamos bañar en la playa. No llegamos a entender el motivo. Intuimos porque
hacía frío, o porque no ha había socorrista, pero no lo entendimos. Lo único claro
es que un señor gritando “NONONONONONO” se nos acercó inmisericorde para que
nos saliéramos inmediatamente del agua, cuando ya nos habíamos acostumbrado a
los cazas sobrevolando nuestras cabezas. Obviamente éramos objeto de miles de
fotos de japoneses ejecutivos que van a estas islas a limpiar sus mentes frente
al mar…
Pero bueno, uno ya va acumulando medallas en su traje de
militar. Me faltaba la medalla de la expulsión de una playa.
La sensación que me queda es que para ver playas
paradisiacas es mejor ir a otros países más baratos que Japón…..