Tokyo agobia. Los empujones y carreras en los trenes más. Necesito montañas
y colores. Necesito aire fresco. El momiji ha llegado un año más a este
gran país. Para los que nos gusta el otoño, Japón es un tesoro. No me canso de
pasear por estos lugares viendo el color de los momiji. La magia de lo efímero
del rojo de estos árboles realza incluso aun más su elegancia. Es mi árbol
preferido. Qué lujo ser enterrado entre este árbol. Qué bonitos cementerios.
Japón no se entendería sin sus arces rojos de noviembre y sus sakuras blancos
de abril. Qué bonito que un país valore tanto a sus árboles y su belleza. Que
buen gusto tienen.
Hoy sábado hemos venido a Nikko, a unas dos horas en tren al norte de Tokyo, una ciudad pequeñita patrimonio de la Humanidad por los templos que alberga, envuelta por unas montañas cargadas de bosques cerrados, ya en transición del otoño al invierno, y que forman el Parque Nacional de Nikko.
Las fotos hablan por sí solas. Si algo no se me olvidará será el paseo por
ese cementerio de tumbas envueltas de arces rojos japoneses. Ya dije que los
culturas se aprenden muy bien en los cementerios. Algunas tumbas con latas de
cerveza, otras con tazas de Doraemon, pero siempre el arce japonés presente
para adornar la vida de este pueblo, y todo junto a un río que despeña aguas
transparentes como no más, de las primeras nevadas que llegaron con los tifones
del otoño. Al otro lado, un paseo inigualable te lleva a unas inquietantes
estatuas de budas con gorros rojos de ganchillo.
Aun algunas tradiciones perviven, a pesar de la invasión del turismo por
las declaraciones de patrimonio de la humanidad, como la de esa viejita que se
ve cogiendo agua de unos grifos callejeros, o la de esos señores que van a
cenar con traje tradicional, sin importarle los casi bajo cero de la noche de
Nikko.
Hoy toca relajarse y hacer del sábado un viernes, hacer noche con la rica
cerveza japonesa, esa que se llevan hasta la tumba. Mañana no hay que trabajar.
Puedo beber. Pero hace frio, y pega el ramen, esa especie de cocido pero sin
garbanzos, que tan inmerso está ya en esta cultura. Y todo con esas guiosas
(empanadillas chinas) que tan bien hacen por esta prefectura, y ese pollo frito
que casi es el del Puente de la Cerrá.
Hoy dormiremos en un modesto camastro, en una pensión llevada por dos
chicos y una chica, que todo te lo hacen más fácil y ameno. Es el paradigma de
cómo un sitio tan modesto te hace sentir mil veces mejor que un hotel de cinco
estrellas lleno de celebridades. Antes de ir a la cama, en esta noche heladora
del ya cercano invierno, nada mejor que te echen las cartas japonesas y te salgan bien.
Hay que irse a la cama con la mente bien tranquila, por que mañana toca subir
estas montañas y descubrir otra de las grandes aficiones de la cultura japonesa…..
Ah, hoy nos hemos encontrado desesperadas buscando alojamiento en Nikko a una
chica de Barcelona y otra de San Sebastián, que llevan viajando desde Julio,
por países del sudeste asiático, y que tras su ruta japo, se van a cooperar
unos días a Filipinas. Bravo por estas chicas!!!
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