Suenan campanas de fin de año en el mundo. Japón no es ajeno
a ello. Todo lo contrario. El fin de año es la fiesta más importante de este
país. Y eso se nota mucho en el ambiente.
Para mi sorpresa mucha gente se toma unas vacaciones que
rondan la semana. Especialmente se nota en las Universidades y colegios. No hay
clase desde hace varios días y no lo volverá a haberla hasta el lunes 6 de
enero, aproximadamente.
La gente viaja mucho en estas fechas, que básicamente son
celebradas en este país con un claro carácter familiar, como si fueran nuestras
Navidades. Por supuesto que la gente también viaja por turismo, tanto dentro
como fuera del país. Eso hace que ya sea casi imposible comprar un vuelo
interno, un billete de bus o de tren.
Pero también la gente consume más de lo que habitualmente lo
hace. Si habitualmente consumen muchísimo, en fin de año es directamente la
locura compradora. Pero una característica esencialmente diferente de nuestra
cultura es que ellos despiden el viejo año tratando de eliminar las malas cosas
que han sucedido. Nosotros creo que no lo llegamos a hacer así, sino que
básicamente pedimos que ocurran buenas cosas en el nuevo año. La diferencia es
sutil pero es de enorme relevancia para comparar nuestra cultura. No es lo
mismo pedir cosas buenas, que eliminar y aprender de lo malo que ha acontecido,
para no volver a repetirlo. En este sentido, me gusta más la cultura japonesa. Creo
que es más constructiva. Y en esa línea de
eliminar lo malo, los días previos al fin de año, son días para hacer la
limpieza a fondo de las casas, de las empresas, de las oficinas, de todo…..
Yo hace unos días vi una enorme revolución en un despacho de
becarios y laboratorio del grupo de investigación vecino nuestro. Estaban
limpiando de manera obsesivamente profunda y sacaron todos los muebles al
pasillo. En su día no le di importancia, pero ahora lo entiendo todo!!!!
También es época para ir a la montaña y cortar un pino para
ponerlo a la entrada de la casa o dentro de la casa. Es su árbol de fin de año.
Tienen una fecha límite para ello, más allá de la cual está prohibido
cortarlos.
También es época para hacer reformas en las casas o
construir nuevas. Pero eso es por un motivo de planificación económica y
fiscal. El japonés es muy planificado para todo, y por supuesto planifica sus
gastos en un momento del año. Ayer Mizutani nos lo contó. Planifican en una
determinada fecha, que suele ser la primavera, de tal forma que ahora a fin de
año tienen que saldar los gastos mayores relativos a reformas, etc, para llegar
limpios a la primavera. De hecho, se ven muchas obras de diversa magnitud. Y
ahora lo entiendo.
Mizunani nos lo contó porque ayer a la mañana nos invitó a
comer a su casa. Junto a su mujer y su niño, vive en una casa unifamiliar muy
confortable bastante a las afueras de Tokyo, cerca de una población llamada
Machida. Fue a la estación de tren a recogernos con su Suzuki y su niño. Pero
una vez más los japoneses me sorprenden por como organizan las cosas. En esta
ocasión la invitación consistió en hacer juntos la comida. Su mujer, que habla
algo de español y un perfecto inglés, es vegetariana, a la vez que una cocinera
estupenda. De hecho da cursos de cocina. Y a nosotros nos fue explicando pasa a
paso como se hace una sopa miso, un buen tofu en tempura, y un buen soba con
una salsa especial de unas verduras trituradas. Y os preguntaréis qué es el
soba. Aparentemente son fideos, pero no son de pasta, y es habitual comerlos en
fin de año pues se les asocia con una larga y próspera vida. Son de un cereal
llamado soba en Japón, y de color marrón. Nosotros lo hemos comido mucho
durante nuestra estancia, pero nunca me he parado a pensar que es. Y en
realidad es un cereal llamado alforfón. No es alfalfa, sino alforfón. Yo no
tenía ni idea, pero parece ser que se usaba hace muchos años en España, y que
ahora por influencia asiática está volviendo a usarse. Y la mujer de Mizutani
nos descubrió otro secreto. El soba es justamente el ingrediente con el que
hacen las famosas Galettes en Francia, esas bases de crepes salados tan ricos.
He comido muchas Galettes en Francia durante nuestra época afrancesada, pero jamás
me podría imaginar que estaban hechos del famoso soba japonés.
Igualmente a lo que ocurre en España días antes de la
Navidad, el fin de año es época para hacer fiestas para dejar atrás los malos
rollos del año anterior. Y en esta línea, nosotros ayer fuimos invitados por el
Prof. Wakayama a su fiesta del grupo de investigación para despedir el año que
celebraron en un restaurante tradicional de barbacoa japonesa, para quemar los
malos rollitos. Este tipo de restaurantes se llaman Yakiniku. Por supuesto que
nuestra cena estuvo precedida por una reunión de trabajo conjunta en la que nos
hicimos exposiciones diversas y discusiones científicas durante un par de
horas, con una posterior visita a sus estupendos laboratorios. El trabajo que
no falte en Japón¡!!
El restaurante estaba en un sitio inhóspito, en medio del
campo. De hecho, tuvimos que recorrer un sendero en medio del bosque. El sitio
era bonito, con espacios de madera diáfanos, pero más frio que un granizo. Luego allí, uno se sienta encima del tatami,
rodeando un fuego sobre el que se van poniendo las viandas crudas. Las fotos
son bastante claras y explicativas. Lo llamativo del restaurante es que pone
pajaritos silvestres, fundamentalmente codornices y golondrinas!!!! Yo no las
probé. Tras la carnada, nos pusieron un perol de sopa miso que se cuelga
directamente sobre el fuego para que siempre esté caliente y uno se vaya
sirviendo. Y como siempre, todas las comidas acaban con el arroz, por si te has
quedado con hambre. En este caso nos sirvieron arroz con una salsa de pasta de
patata. Hidratos por un tubo!!! En las fotos se ve como se sirve.
Pero por supuesto el producto estrella de estas fiestas es
el sake o licor de arroz. En este caso, el sake se pone en unos vasitos de
barro sobre la barbacoa, y se va calentando. Se toma caliente, y resulta
agradable. De todas formas, los efectos son inmediatos y hacen maravillas. El
tímido japonés empieza poco a poco a enrojecerse (no de vergüenza) y comienza a
convertirse en una persona muy divertida y parlanchina. Es una de las grandes
características de este país, que ya he comentado en más de una ocasión. El
cambio de la gente con el alcohol es mil veces mayor que el que sufrimos los
españoles. No porque los españoles estemos acostumbrados a beber más (los japoneses
beben mucho), sino porque el japonés sin alcohol es una persona tímida y
reservada. Tras la diversión, el japonés vuelve a su estabilidad el día
siguiente, siendo esto algo que nos choca enormemente. En realidad, no es un “si
te he visto no me acuerdo”. Es simplemente una vuelta a su estado natural, como
la que hacemos todas las personas tras el paso de los efectos del alcohol, solo
que su estado natural es diferente al del latino.
A nuestra salida del restaurante intentamos tomar el tren de
vuelta, pero no funcionaba. La razón en estos casos no suele ser un fallo del
sistema. Eso ocurre en un 0.000001%. La razón era uno suicidio más. Son
numerosos los suicidios en los trenes, quizás por la facilidad de hacerlo. Pero
fastidian a muchas personas. Este país y esta ciudad se vertebran por el tren.
Si el tren falla, el sistema se paraliza, y todo cambia. Actualmente la familia
del suicidado tiene que pagar los costes de recogida y limpieza, que son muy
elevados.
A nosotros no nos quedó más remedio que irnos a un bar tipo
Izakaya, y seguir bebiendo sake y highboru (un cubata de whisky rebajado) con
unos boquerones fritos extraordinarios y tremendamente parecidos a los andaluces.
Me pareció estar en Málaga!!! Otra característica de los japoneses es que les
gusta poner sobrenombres graciosos a la gente (como apodos). Nosotros les
contamos como se dice boquerón en español. No sé por qué les encantó tanto que
se lo pusieron de mote a uno de los estudiantes allí presentes. Pobre hombre si
va a España un día y pide un plato de boquerones!!!
El problema de los suicidios y las segundas fiestas es que
uno corre el riesgo de quedarse sin trenes para volver, lo cual además en pleno
invierno es muy duro. Y básicamente eso es lo que casi nos pudo pasar. El taxi
es carísimo, y puede costar como un billete de avión a Estados Unidos. La
sociedad japonesa sin embargo tiene recursos para el momento en el que ya no
hay más trenes para volver a asa, y está bien visto quedarse a dormir en los
bares o restaurantes que permanecen abiertos toda la noche, o en las
estaciones. De hecho, mucha gente borracha es incapaz de volver a su casa por
sus propios medios, y obligatoriamente tienen que optar por esta opción de
dormir en un MacDonald.
Nosotros intentamos a toda costa volver a casa, y aunque
amablemente ayudados por un profesor de la universidad que habíamos visitado, pasamos
por uno de los peores momentos desde que llevamos aquí. Los horarios de los
trenes eran caóticos, por el suicidio maldito, así que no sabíamos qué podría
ser de nosotros. El frio era espantoso, y además teníamos que tomar tres trenes
diferentes. Nuestro amable amigo estaba igualmente en condiciones complicadas
para ayudarnos. Tuvimos que correr mucho de una estación a otra y preguntar
localmente para tomar ciertas decisiones. Lo de preguntar en japonés no es
fácil.
Afortunadamente, cuando ya nos vimos en el último de los trenes que esa
noche llegaba a casa me relajé tanto que casi me duermo y me paso de estación.
Otro peligro más!!! El panorama en el metro era dantesco. El 95 % eran hombres.
El tren bastante abarrotado, y el 70 % de ese 95% iban dando tumbos en condiciones
complicadas. El ser viernes y comienzo de vacaciones de fin de año anima mucho
a la gente a beber saque en abundancia. Y como habréis podido adivinar la mujer
pinta poco en esta historia, diríamos que nada. Juega en otra liga diferente de
la sociedad.
Cuando llegamos a nuestra estación y creíamos que ya no nos
podríamos sorprender más, a eso de las 2 de la madrugada, contemplamos con
enorme asombro como el gran supermercado que hay justo en la estación (una
especie de corte inglés enorme), estaba totalmente abierto. Pero la sorpresa no
fue solo esa, sino que además estaba abarrotado de gente comprando comida.
Muchos de ellos venían de esas hordas de gente que vuelve en el tren de
celebrar el famoso viernes japonés, y que no se resignan a acostarse sin una
última compra. Tengo que confesar que me compré unas galletitas de chocolate…
perdón….
Se acuesta uno de nuevo con la sensación de que vive en otro
mundo….