Probablemente pocos turistas que visiten Japón no vendrán a
Kyoto. Esta ciudad fue la única gran ciudad japonesa no bombardeada en la 2º
Guerra por los norteamericanos (si, esos que ahora usan las bases japonesas
para bombardear a otros si se ponen tontos), por lo que conserva un patrimonio
de primer nivel, reconocido en el año 1994 por la Unesco. La ciudad se
encuentra en el centro de la gran isla de Honshun, muy cerca de Osaka, y tiene casi 2 millones de habitantes. No es
pequeña, y ese es su gran problema. Kyoto es además mundialmente famosa por
haber sido la sede en 1997 de la firma del famoso Protocolo de Kyoto, para
reducir el contenido de gases en la atmósfera. Si, ese protocolo que ahora
Japón, curiosamente, no está dispuesto a cumplir.
Kyoto es una ciudad encajada en una especie de olla rodeada
de muchas colinas densamente boscosas. Y es precisamente en esa unión entre la
olla y las colinas circundantes, donde se encuentra la enorme belleza de esta
ciudad, un auténtico paraíso de colores en el otoño tardío gracias al gran arce
japonés, el momiji.
Uno puede estar días y días en esta ciudad y no darle tiempo
a visitar todos los templos y hacer todos los paseos de unos a otros. El
patrimonio da la sensación de ser infinito. Además, la belleza de todos ellos
es tal, que no cansa pasear por sitios donde ya has paseado. Las zonas de los
templos, junto a las colinas, están además rodeadas de bonitos barrios de
casitas tradicionales, plena esencia de Japón.
La ciudad se completa además con las misteriosas calles
oscuras del distrito de Gion, donde tarde o temprano uno se va a cruzar con una
Geisha, anunciándonos nuestra inequívoca inmersión en el corazón de Japón. Solo
hay geishas en Kyoto. Además, muchas mujeres se visten con kimono tradicional,
en gran medida a traídas por los coloridos paseos en esta época del año. Kyoto
es famosa por ser una ciudad donde las estaciones quedan bien marcadas. Del
rojo y amarillo de los momijis en otoño, a las nevadas sobre estos templos en
invierno, a los sakuras en flor de la primavera, y acabando con los nenúfares
floridos del verano. Y todo ello, con la elegancia de los jardines japoneses,
únicos en el mundo entero.
La ciudad está repleta de turistas, con lo que todo eso
conlleva. Además, uno se ve obligado a usar el autobús para hacer largos
recorridos de una parte a otra de las colinas. Autobuses que no hay con
demasiada frecuencia, y afectados por un denso tráfico, mucho peor que el de
Tokyo. Todo eso hace que si uno no tiene paciencia o no lo organiza bien, la
visita a esta ciudad pueda ser más que un engorro.
Yo hace 5 años visite solo una parte de los atractivos, pero
me dejé muchos. Hoy en concreto he visitado el templo de oro (kinkakuji),
Ryoan-ji templo, Tenryu-ji templo y la zona de Arashiyama. Todo un espectáculo
de colores…y al final del día el premio de ver a dos gueishas vergonzudas...
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