Todo tiene su fin y ayer a la tarde le ha tocado a Kyoto decirnos
adiós. Ha llovido mucho durante la noche, y el día es de esos típicos de fin de
otoño en el que corren las nubes en un ambiente frío descargando algunos
chubascos de fin de frente. Sensaciones de esas que uno necesita vivir. En ese
ambiente hemos visitado uno de los templos emblemáticos de esta ciudad, el
Sanjusangendo, un templo budista cuyo nombre significa “33 espacios”. Es el
edificio de madera más largo de Japón, y en su interior hay unas 1000 estatuas
de ciprés japonés, de unos 9 u 8 siglos de antigüedad. La deidad principal es
muy famosa en Japón y tiene 1000 brazos. Además hay unas 28 estatuas de las
deidades guardianas. Todo, ni que decir tiene, es un gran tesoro nacional de
Japón, algo así como los Guerreros de Terracota de China.
Desde ahí nos dirigimos a Fushimi Inari, un santuario
shintoista tremendamente conocido en Kyoto y también otro gran símbolo de
Japón. El santuario está en la montaña Inari y cuenta con más de 30000 pequeños
santuarios. Su fama le viene por los senderos en la montaña, de varios
kilómetros en total, con infinidad de toriis. Los toriis son los arcos japoneses
habitualmente muy coloreados. Significan la separación entre lo sagrado y lo
profano.
En Fushimi Inari los toriis se suceden de forma continua,
formando un espacio único en el que uno tiene una misteriosa sensación. De día
sin embargo uno tiene que ir sorteando a los turistas (yo entre ellos) para
conseguir buenas fotos, pero cuando cae la tarde todo se convierte en un
espacio iluminado por unos bonitos farolillos. Viví esa sensación hace 5 años
cuando visité este santuario por primera vez, y la tranquilidad de dicho
recuerdo la uso comúnmente para relajarme.
Inari está relacionada con la riqueza en los negocios. Eso
se palpa de manera muy evidente. Los toriis son donaciones a la iglesia
shintoista de particulares que quieren conseguirla. Según puede verse en las
fotos, en la parte derecha del pilar del torii se indica la fecha de la
donación, y en la parte izquierda, la familia que la ha donado y algo más que
no sabemos. A la entrada del santuario está la tarifa de las donaciones “voluntarias”.
Precios estratosféricos, probablemente en función de la posición en la montaña
y el tamaño del torii. Paralelo a este negocio está el de la venta de pequeños
toriis en tiendas en los santuarios, que uno pone en dichos santuarios para
obtener la riqueza que necesite en su vida. Al poco tiempo, cuando ya se ve que
esa riqueza hay que ganarla a pulso en la vida, los queman. Nosotros tuvimos un
desagradable encuentro con unas señoras que los estaban quemando, pues no nos
dejaron echar fotos. Posiblemente no quieren que la gente sepa el magnifico
final de su torii que con tanta ilusión puso en el santuario. De lo que no hay
duda es de la riqueza que esto produce en la religión shintoista. Ahí si
funciona ¡!!! Lo mismo ocurre en todas las religiones, aquí nadie está libre de
pecado. El dinero es el dinero.
Me despido una vez más de esta gran ciudad, mezcla de la
masificación japonesa de las grandes ciudades y la tranquilidad eterna del
camino de la filosofía.
Nunca hay que descartar volver…
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