miércoles, 11 de diciembre de 2013

Kyoto, la despedida

Todo tiene su fin y ayer a la tarde le ha tocado a Kyoto decirnos adiós. Ha llovido mucho durante la noche, y el día es de esos típicos de fin de otoño en el que corren las nubes en un ambiente frío descargando algunos chubascos de fin de frente. Sensaciones de esas que uno necesita vivir. En ese ambiente hemos visitado uno de los templos emblemáticos de esta ciudad, el Sanjusangendo, un templo budista cuyo nombre significa “33 espacios”. Es el edificio de madera más largo de Japón, y en su interior hay unas 1000 estatuas de ciprés japonés, de unos 9 u 8 siglos de antigüedad. La deidad principal es muy famosa en Japón y tiene 1000 brazos. Además hay unas 28 estatuas de las deidades guardianas. Todo, ni que decir tiene, es un gran tesoro nacional de Japón, algo así como los Guerreros de Terracota de China.

Desde ahí nos dirigimos a Fushimi Inari, un santuario shintoista tremendamente conocido en Kyoto y también otro gran símbolo de Japón. El santuario está en la montaña Inari y cuenta con más de 30000 pequeños santuarios. Su fama le viene por los senderos en la montaña, de varios kilómetros en total, con infinidad de toriis. Los toriis son los arcos japoneses habitualmente muy coloreados. Significan la separación entre lo sagrado y lo profano.

En Fushimi Inari los toriis se suceden de forma continua, formando un espacio único en el que uno tiene una misteriosa sensación. De día sin embargo uno tiene que ir sorteando a los turistas (yo entre ellos) para conseguir buenas fotos, pero cuando cae la tarde todo se convierte en un espacio iluminado por unos bonitos farolillos. Viví esa sensación hace 5 años cuando visité este santuario por primera vez, y la tranquilidad de dicho recuerdo la uso comúnmente para relajarme.

Inari está relacionada con la riqueza en los negocios. Eso se palpa de manera muy evidente. Los toriis son donaciones a la iglesia shintoista de particulares que quieren conseguirla. Según puede verse en las fotos, en la parte derecha del pilar del torii se indica la fecha de la donación, y en la parte izquierda, la familia que la ha donado y algo más que no sabemos. A la entrada del santuario está la tarifa de las donaciones “voluntarias”. Precios estratosféricos, probablemente en función de la posición en la montaña y el tamaño del torii. Paralelo a este negocio está el de la venta de pequeños toriis en tiendas en los santuarios, que uno pone en dichos santuarios para obtener la riqueza que necesite en su vida. Al poco tiempo, cuando ya se ve que esa riqueza hay que ganarla a pulso en la vida, los queman. Nosotros tuvimos un desagradable encuentro con unas señoras que los estaban quemando, pues no nos dejaron echar fotos. Posiblemente no quieren que la gente sepa el magnifico final de su torii que con tanta ilusión puso en el santuario. De lo que no hay duda es de la riqueza que esto produce en la religión shintoista. Ahí si funciona ¡!!! Lo mismo ocurre en todas las religiones, aquí nadie está libre de pecado. El dinero es el dinero.

Me despido una vez más de esta gran ciudad, mezcla de la masificación japonesa de las grandes ciudades y la tranquilidad eterna del camino de la filosofía.


Nunca hay que descartar volver…



















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