Hacía tiempo que el profesor Shiotani, conocedor de mi
estancia en Japón, me había invitado a su Universidad, la pública de Kyoto. El
prof. Shiotani es uno de los investigadores más relevantes en emisión acústica (AE) del mundo,
y en particular en hormigones e infraestructuras. Yo lo invité a la conferencia
de Granada como ponente destacado. Nuestro encuentro estaba previsto, pero lo
que ha sido una verdadera sorpresa para mí ha sido el procedimiento de la
visita. Los japoneses no pueden concebir un encuentro de trabajo como una pérdida de
tiempo, y el prof. Shitoani me organizó una visita de trabajo de verdad. En las
que hay que ganárselo.
Dispuestos a ello, Mizutani y yo nos fuimos en tren y bus desde
Osaka hasta el campus de Katsura de la Universidad de Kyoto. La llegada
impresiona, pues todo es completamente nuevo y de lujo. El campus tiene solo 7
años de vida y aún está en crecimiento. Shiotani nos recibió en su moderno despacho
y tras explicarnos que la Universidad de Kyoto era la segunda de Japón, tras la
de Tokyo, y que está entre las 40 mejores del mundo, nos llevó al
despacho de los alumnos de su grupo, que estaban prestos para la reunión de
trabajo, en un despacho muchísimo más limpio y organizado que el mío de Tokyo.
Yo le regalé una botella de vino de Marqués de Riscal Reserva allí mismo. No se
lo esperaba. Yo tampoco.
A pesar de ser sábado, sus estudiantes, entusiastas de
nuestra visita y sin rechistar por ser sábado, obedecieron a sus ordenes de
prepararse unas magnificas presentaciones en inglés explicando lo que están haciendo.
Yo les expliqué lo que hacemos en nuestro grupo y Mizutani también. Todo en un
ambiente muy distendido, y con miles de preguntas e interrupciones mutuas. De
hecho, yo fui el único pardillo con corbata. Creo que los japoneses tienen unas
normas de etiqueta que aun desconozco, pero que todos respetan sin ponerse de
acuerdo de antemano. Deben aprenderlas en las escuela.
Tras unas 4 horas de interrumpida reunión, y a manos de su
también lujoso y nuevo Audi, nos fuimos a recoger a la mujer, y luego al centro
a dar un paseo nocturno entre templos y callejuelas del antiguo Kyoto. Y tras
eso, la gran promesa, la de llevarme a un afamado restaurante de alta comida japonesa
de la calle de las Geishas del distrito de Gion. La calle es muy oscura y
famosa en Kyoto, paseada por muchos turistas al acecho de una geisha, y repleta
de restaurantes de madera típicamente japoneses. Pero la mayoría de ellos son
de club privados, algo así como las casetas de la feria de Sevilla, a los que el mundanal turista no puede entrar. Hace unos
años recuerdo llegar una geisha desde un taxi directamente a uno de ellos.
A nuestra llegada al restaurante nos esperaba una corte de
camareros que nos condujo a nuestra habitación privada, siempre con gritos
japoneses para darnos la bienvenida. El menú
(véase foto) incluía 10 platos de alta cocina, pequeñas porciones tipo tapas. Todos ellos,
salvo uno, eran sabores y texturas que nunca he probado en mi vida, aunque
tampoco es que yo sea un crítico de valor. El caso es que me encantó.
Pero lo mejor vino al irnos. Yo me quedé retrasado en el
baño, y al llegar a la puerta, me estaba esperando el chef de rodillas en el
suelo inclinándose hacia mí, preguntándome efusivamente si me había gustado la
comida, que de donde era, y dándome las gracias por venir. Todo esto durante 10
minutos inclinándose, sudando efusivamente y con las venas de la cara casi para
reventarle de la efusividad. Hace tiempo que no veo algo tan visceral, y mucho
menos jamás lo he vivido de un cocinero que me despide de su restaurante. Para
uno que está acostumbrado a la malafollá granaina de los camareros, venir a
Japón es un gran alivio. El problema va a ser volver a Granada….
A nuestra salida un nuevo paseo, y al fin vi una geisha que
iba rapidísima por la calle. Dificil echarle una foto en la oscuridad. Con toda
amabilidad me llevaron a mi hotel en su coche, y al salir, un nuevo regalo en
forma de galletitas y porta-retratos que pondré en mi despacho de Granada.
Gracias por todo…
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