jueves, 15 de diciembre de 2011

El poder del agua en el desierto

Desperté rodeado de chicas borrachas, decenas de botellas de champan vacías bajo la cama y todas las fichas que había ganado en la ruleta esparcidas sobre mi ropa interior. Pero… decidí cambiar de aires, esto me aburre….

A lomos de mi Toyota tomé la ruta 93 dirección sureste, por zona desértica, como es lógico, hasta que pasados unas buenas decenas de millas crucé el río Colorado, por una zona de tierras cada vez más áridas y rojas, muchas montañas y profundas gargantas. Había bancos de niebla, dando un contraste estupendo al rojizo ambiente. Fuera un frío que pelaba, y dentro, oyendo románticas baladas americanas de navidad. El río Colorado (que nace en el estado de Colorado, en las Rocky Mountain, pero desemboca en Méjico) me dio permiso también para acceder a un nuevo estado, Arizona. Su nombre ya da un poco la idea de que por estas tierras no hay precisamente muchos cultivos de trigo. Arizona lo tenemos habitualmente asociado a dos cosas. A los indios y las películas del oeste, y al objetivo de mi próxima visita. De hecho aquí es donde se encuentran algunas de las esquilmadas reservas de indios americanos. El ambiente es la Almería desértica total. No sé por qué van a Almería a rodar las películas del oeste, esto es como millones de veces más grande. Será que a los actores españoles les pagan una miseria, o que los indios no les permiten grabar ¡¡¡.

Tras unas 60 millas llegué a la ruta 40, una clásica carretera oeste-este de los States, parte de la cual trascurre por la mítica ruta histórica 66. Puedes hartarte de comprar souvenirs de la ruta 66. Cada vez el paisaje era menos desértico, aunque árido y lleno de bosques de sabinas. Totalmente similar a los sabinares de las estepas altas de Soria y Teruel, solo que en dimensiones gigantescas. Cada vez me gustan más las viejas sabinas (y no Joaquín Sabina, chiste tonto….).  Y un elemento importante, la nieve, el palmo de nieve que cayó hace dos días, y que le da un aspecto invernal estupendo a todo. Yo creía que aquí no nevaba. La carretera, limpia impoluta. Me paré en el bonito pueblo de Seligman. Me paré por azar, a repostar y comer un bocata, y me di cuenta que es un pueblo histórico, de vaqueros, hasta con un rodeo, y con un ambiente del profundo oeste. Millas más adelante, tomé una desviación en la también bonita ciudad de Williams, con muchos servicios, y también atiburrada de nieve. Pero no paré, estaba ansioso por llegar. Seguí hasta mi hotel, por la ruta 64 del estado de Arizona, dirección norte hasta Tuyasan, minúscula ciudad de servicios, con aeropuerto y todo. Algo importante se cuece por aquí.

Dejé velozmente mis cosas, para no perder ni un minuto más, y en pocas millas más avancé hacia el norte. Pagué 25 $, pero mereció la pena. En mi cuerpo se vivía una sensación de tensa espera, de esos momentos que sabes que pronto algo grande va a ocurrir, algo magestuso iban a contemplar mis ojos. 

Dejé bien aparcado mi coche, me abrigué hasta los ojos, y tras caminar unos 100 m, estaba allí, bajo mí, bajo en un profundo abismo hacia el infinito,  el Gran Cañón, ese sitio tan mítico al que siempre uno ha querido ir. Volví a tener una sensación vivida anteriormente en otras cinco veces en mi vida, de esas que te estremecen, y que te hacen reflexionar sobre la potencia que tiene la naturaleza frente a unos insignificantes habitantes que no saben más que pelearse y luchar estúpidamente entre ellos para quitarse el dinero y gastárselo en los casinos de Las Vegas. 

Nervioso, queriendo ir a todos sitios a la vez, a todos los miradores, no paraba de echar fotos, como un loco miraba en el mapa donde era el mejor sitio para estar. Y así, emocionado, profundamente  conmovido, fui poco a poco dándome cuenta que efectivamente estaba en uno de los grandiosos lugares del planeta.
Muchas veces lo llamamos El Gran Cañón del Colorado, pero aquí la gente solo lo llama El Gran Cañón, nombre igualmente oficial, no hay otro, este es el más grande. Me lo creo. 

Ante mis ojos, una inmensidad de montañas rojizas y abruptos cortados, castigados por una de las más potentes erosiones del planeta, que durante más de un billón de años, ha dejado al rio Colorado como un hilo casi invisible desde la lejanía. 

De hecho, el Cañón no solo tiene a este rio, sino que muchos otros afluentes auxiliares forman también cañones que van a parar al principal. La caída desde la parte de arriba hasta el río (una milla en vertical) no es en absoluto vertical, sino que se hace fundamentalmente en dos fases, existiendo como un plateau (planicie) intermedio, a la vez que muchas capas de diferentes tipos de tierra y diferentes procesos erosivos. Todo, con una magnificiencia difícil de reflejar en una foto o ver en un documental, y por supuesto, difícil de abarcar. Es realmente, un sitio asombroso. 

Por si fuera poco el ambiente es el ideal, pues hace frio y no hay bruma, y las zonas altas de sabinares están repletas de un buen palmo de nieve, y no hay tumultos de turistas asomados a los miradores. Uno puede pasear tranquilo, echar fotos donde quiera, pararse, pensar, descansar, y reflexionar teniendo ante sus ojos un espectáculo inigualable. Yo llegué a eso de la 1 de la tarde, y he estado unas 4 horas paseando hasta el atardecer. Merece la pena ver esto a cada hora, por que el color va cambiando, el rojo no es siempre el mismo, y los tonos afloran por momentos.  Para colmo había nubes, que no tapaban, pero daban también más contraste en el cielo. Desde arriba se ven los extenuantes senderos que bajan hasta el mismísimo río Colorado, que por cierto es verde, pues solo está rojo cuando llueve mucho, por los lodos del arrastre erosivo.

Añado así en el día de hoy a mi mochila viajera un sexto momento glorioso y estremecedor de la naturaleza. En mis recuerdos quedan:  1) mi noche en soledad frente al Glaciar Perito Moreno con un silencio aterrador solo roto por el estruendo de los bloques de hielo en continua rotura; 2) el desplome en vertical de miles de litros de agua en las sobrecogedoras Cataratas de Iguazú; 3) Nuestra extenuante llegada al paso chileno Gardner  dentro de la vuelta a Torres del Paine, con las inolvidables vistas de la masa de hielo continental sur, paso al que nunca pensé llegar por las duras condiciones de viento, barro, nieve y aislamiento;  4) la inolvidable vista de la estilizada figura del Monte Cervino en nuestra ruta glaciar Chamonix-Zermatt; 5) y la reciente y extenuante llegada al pico suizo del Bishorn, cima tope por ahora en mi ranking, con las vistas del Weisshorn, el pico alpino más bello de los Alpes según los afamados montañeros. 

Estoy en mi cálida guarida. Fuera se esperan más de 12 bajo cero. Mañana tengo previsto recorrer uno de los famosos senderos que bajan el cañón, aunque por supuesto, no llegaré al Colorado. Hoy he estado en el inicio, y ya estoy nervioso por empezar….





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