Hoy me he vuelto a ver con Kanji Ono, tras su viaje de tres semanas a Japón. O mejor dicho, el viaje de su mujer, pues él va de acompañante. La verdad es que lo echaba de menos, pues aunque no habla mucho en el laboratorio, me permite discutir con él los resultados y sacarme de apuros muchas veces gracias a su gran experiencia.
Al poco de llegar yo a LA en Octubre me dijo que tal día, miércoles, me iba a invitar a cenar. Pero como es reservado y mi nivel de inglés en aquel momento era limitado, solo me dijo o me enteré de cuando, no dónde ni cómo. Siempre me gustan las sorpresas. Así que llegada la tarde del citado día abandonamos el laboratorio y nos montamos en su estupendo Lexus (por supuesto, un coche japonés) que comparte con su señora, pero ese día le tocaba a él. Justo al salir de UCLA y tomar el Sunset Bulevard se puso como un loco a conducir subiendo y dando volantazos por unas cuestas de un barrio bastante lujoso, con mansiones a ambos lados, a la vez que yo, acojonado, no tenía tiempo más que de agarrarme en la puerta. Me dijo, “esto es el barrio de Bel Air, uno de los barrios más ricos de LA, junto a Beverlly Hills, fijate, algunas casas parecen castillos; pero yo vivo en la parte más modesta de Bel Air, al otro lado de la autovía de San Diego”. Con lo cual, adiviné, que íbamos a su casa. Y así fue, tras un buen rato, me metió por una calle llamada “Diamante”, sin salida, al fondo de la cual está tu gigantesca modesta casa.
Yo ya conocía a su señora de los congresos, la cual estaba perfectamente arreglada esperándonos, con una sonrisa que le llegaba al suelo. Por supuesto, suelo enmoquetado, con la condición japonesa de quitarse los zapatos y coger unas zapatillitas de casa. La casa, de decoración de los años 80 como corresponde a su edad, más bien a la americana que a la japonesa. Pronto me sentaron en un sofá de un enorme salón, donde estuvimos conversando cortésmente poco más de 10 minutos, lo suficiente para darme cuenta que su nivel de inglés (el de la señora) es tan cutre como el mío, a pesar de llevar 50 años aquí, lo cual me alegró, pues la entendía.
Al poco, Kanji me dijo “te apetece un vino japonés?”. Y efectivamente, fuimos a un segundo gigantesco salón, donde tenían un picnic preparado, con algún detalle japonés en la comida, todo frío y poco elaborado, siendo aguacate con gambas el producto estrella. Me pusieron palillos y tenedores, por eso de curarse en salud. Mientras Kanji devoraba unas almendras Californianas estuvimos hablando de muchas cosas, especialmente ella y yo, Kanji mira y asiente, en absoluto del trabajo ni de la Universidad, sino de mi vida personal y familiar y de su familia. Basta hablar con ella un ratillo para darse cuenta que es una cachonda mental de primera magnitud, que le encanta hablar, las relaciones sociales, es bromista e interesadísima de los cotilleos, las parejas, las familias, etc. Todo con mucha gracia, hasta el punto de que me hace recordar totalmente a Akiko. Akiko, creo que cuando tengas 70 años serás como la señora de Kanji Ono¡¡¡¡ Me dijo que le gustaba comer, pero no cocinar, por lo que le vi un futuro muy negro a la idea de comer rica comida japonesa en casa de Kanji Ono.
Por supuesto que hablamos de su futuro viaje a España, ya que irán a Madrid y alrededores, luego al congreso de Granada (les he prometido un día de viaje en coche por las Alpujarras), y luego a Sevilla y Córdoba. También me contaron con gran naturalidad como los dos superaron hace más de diez años un cáncer, pero que ahora están estupendamente, y con muchas ganas de viajar y trabajar.
Tras bebernos la botella de un blanco japonés de 20 años, que me hizo recordar al blanco riojano de Tondonia, la señora me llevó a su salón preferido (el tercero), donde tiene miles de fotos en las paredes y en los cajones, de toda su familia. Me fue explicando uno a uno quienes eran sus dos hijos y su hija, sus 7 nietos, sus nueras y yerno, y los padres de ella y de Kanji. Espectacular la foto de la madre con 100 años, la típica viejita japonesa, que vivió hasta los 104 ¡¡¡ Era dentista, la madre, y también la hija, hija única, aunque no ejerció como tal. Sus hijos viven los tres en California, ya que nacieron y crecieron aquí. Hablan japonés, pero su primera lengua es el inglés. Me dice con tristeza que ya no van mucho por la casa, pero que todas las semanas al menos uno aparece.
En un momento dado, y con una gracia difícil de contar y que me hace recordar mucho a las viejitas españolas graciosas, me dijo “ven, ven, ahora que Kanji no está aquí”. Y me llevó al primer salón donde habíamos estado, abrió un cajón, y me sacó una foto de su hijo mayor el día de la boda de su primera mujer. “Era muy guapa (alemana), más guapa que la que tiene ahora, pero discutían y se peleaban mucho, así que se separaron. No había solución”. “A mí me gustaba más que la que tiene ahora, pero aunque no puedo poner la foto en la pared, la tengo aquí a mano para verla de vez en cuando. Kanji no quiere que la vea….”.
Al poco llegó Kanji y me llevaron a su sitio preferido, la terraza, una terraza enorme que conecta con una cocina con salón incluido, también enorme, desde la que se tienen unas vistas extraordinarias a todas las colinas de Bel Air, sin ninguna casa que se las impida. Me cuentan que es habitual ver coyotes por allí ruleando, pero que el animal estrella es el colibrí, que por cierto ya había visto en un restaurante días antes. Estos diminutos pajaritos (los más pequeños del mundo), tienen la costumbre o necesidad de tomar mucha azúcar, por lo que le ponen aguadulce en unos bebederos, y acuden habitualmente. Es precioso verlos. También Mike en mi casa de Yosemite tenía bebederos de agua con azúcar para los colibríes (es la foto que aparece abajo).
Me contaron que cuando llegaron en los años 60 a California, fueron a vivir a mi barrio, Mar Vista, cerca del Supermercado Mitsuwa, para estar en el mundillo japonés. Luego se compraron una casa en una zona llamada “Granada Hill”, y que desde entonces están obsesionados en visitar Granada, sueño que cumplirán el próximo septiembre. Hace unos años vendieron la casa de Granada Hill, que estaba muy lejos de UCLA, y compraron esta en Bel Air, que dicen es la mejor de todas las que han tenido, y permite que estén todos sus nietos jugando libremente por los jardines y los salones. No lo dudo¡¡¡¡
Yo tenía mis dudas de qué pasaría ahora, pues la cena había sido testimonial, un tapeo frío de almendrillas y aguacates, y poco más. Pero Kanji me sacó de dudas, diciendo, “venga, tenemos que irnos que tenemos la reserva a las 8”. Así que me llevaron a una zona cerca de Ventura, a un restaurante japonés, donde ellos suelen ir. Me comí un sashimi que, por cierto, no estaba muy bueno, y una sopa misho. Seguimos hablando de todo, especialmente ella, que no para, y se ríe muchísimo. En un momento dado, le digo, “tú también vas a Japón con Kanji ahora?”, y me dice, “ohhh, de hecho, es mi viaje¡¡¡ y es Kanji el que me acompaña a mí¡¡¡”. “Soy juez de una competición de colchones, y voy todos los años ahora en noviembre”. Yo no podía salir del asombro¡¡¡¡ Parece ser que incluso tiene libros publicados al respecto. Me contó todas sus batallas con esta historia y su viajecito, y como se lo ha arreglado para que la empresa de los colchones les pague el viaje en primera.
Ya de noche tomamos de nuevo el Lexus con el peligroso Kanji al volante, y a través de la autovía de San Diego, me llevaron a toda hostia hasta UCLA, donde estaba mi coche. En el camino ella no paró de hablarme, y me dijo que había tenido 4 accidentes con el coche, pero que aún seguía conduciendo, hasta el punto de que ahora se van a comprar otro coche, para no depender los dos del mismo. En un momento dado me dijo “te voy a confesar una cosa, tenía miedo de tu visita”. “Cuando me dijo Kanji que iba a venir un profesor de España y que tendría que hablar en inglés, pensé que no iba a estar a la altura, por mi pobre nivel de inglés”. Yo le dije que no solo había estado a gran altura, y que sabía mucho inglés, sino que además había sido muy amable y simpática conmigo, y que me había encantado visitar su casa y conocer, aunque fuera por fotos, a su familia. Solo fui un poco falso en lo del inglés…
Al despedirnos, Kanji, como buen japonés frio, no se bajó del coche (nos veíamos al día siguiente en el laboratorio), pero ella si se bajó, me sacó las cosas del maletero, y me dijo en un tono algo triste y a la vez muy ilusionado “bueno, nos vemos en Granada….”
Comedero de colibrís |
pd: desgraciadamente ese día no tenía la cámara de fotos....
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